En 1924, por invitación de Diego Rivera, llegó el estadounidense Pablo O’Higgins a la Ciudad de México. Sus primeras colaboraciones con el muralista serían los frescos de la Secretaría de Educación Pública y más tarde, los de la Escuela Nacional de Agricultura de Chapingo. Comenzaría entonces una epopeya de vida que estaría marcada por la militancia y el activismo desde su quehacer artístico. Bajo los principios de la revolución proletaria, conformó una prolífica obra en la que retrató la utopía de la modernidad mexicana, en cuyos ideales, vio consumados episodios que marcaron la historia como la expropiación petrolera o el advenimiento de un sistema de asistencia social. El trabajo de Pablo O’Higgins se distinguió por su abierta denuncia a los excesos del capitalismo, así como por una idealización de la clase obrera y campesina.
Quince años después de su muerte, ocurrida en 1983, María O’Higgins, su compañera de vida, depositó en el Museo Mural Diego Rivera 15 bocetos para murales que van de los años treinta, hasta la década de 1960 y que abordan las luchas sociales de la posrevolución, así como exaltaciones del paisaje mexicano como alegorías de una nación multicultural.
En el marco de los 100 años del muralismo, el Museo Mural Diego Rivera exhibirá los bocetos desde entonces resguarda en su acervo, como homenaje y agradecimiento por esta valiosa donación a María O’Higgins, incansable promotora de los derechos de las mujeres, quien falleció en diciembre de 2021.