Joy Laville, pintora de lo inquietante y lo sugerente
- El MAM resguarda Tres desnudos y escalera, obra que condensa las cualidades formales y conceptuales de la artista
La Secretaría de Cultura del Gobierno de México y el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (Inbal) recuerdan este día a Joy Laville, artista plástica quien desde 1956 radicó en México, donde produciría la mayor parte de su obra, entre ellas Tres desnudos y escalera.
“Muchas veces clasificada como naïf, poco complicada o sencilla, la obra de Joy Laville (1923-2018) es mucho más; es una obra muy inquietante y sugerente”, señaló en entrevista Brenda Caro, jefa de curaduría del Museo de Arte Moderno (MAM) del Inbal, quien recordó a la artista anglo-mexicana que cumpliría 99 años este 8 de septiembre.
Nacida en la isla de Wight, Inglaterra, Laville tuvo una niñez cercana al mar y al arte; sin embargo, el estallido de la II Guerra Mundial, en la que participó como parte de los cuerpos de observación (Observer corps) de Yorkshire, la obligó a interrumpir sus estudios, pero no su pasión.
Dentro de su acervo, el MAM resguarda dos obras de la artista: Tres desnudos y escalera (s/f) y Retrato de Madmoiselle Harton (1996). “Creo que Tres desnudos y escalera es una obra que condensa lo que me parece más valioso de la pintura de Joy Laville: su capacidad de inquietar al espectador.
“La pieza tiene una gran capacidad narrativa, pero sobre lo que no podemos ver, sobre algo que todavía no sucede y que uno como espectador puede anticipar. Es muy sugerente: son tres figuras femeninas, una de frente, una de espaldas y otra de perfil, en una escalera apenas mencionada. No hay muchas referencias sobre dónde están o a dónde van, ni si son vistas o si ellas ven a alguien. La desnudez de las mujeres ya es bastante llamativa: ¿qué hacen ahí? Sabemos que algo está sucediendo, aunque no tenemos la certeza de qué es.
“Además, esta pieza presenta los elementos formales y estéticos que caracterizan la obra de Joy: bidimensionalidad; profundidad espacial generada por la posición de las figuras en el cuadro; representación corporal muy alargada; la paleta de colores y el manejo de la luz que la caracterizan. Sin duda, es una obra que permite ver las mejores cualidades formales, conceptuales y de composición de la artista”, explicó la también investigadora.
Alejada de los círculos artísticos de la Ciudad de México, Laville pasó sus primeros años en San Miguel de Allende, Guanajuato, hasta que en 1964 conoció a Jorge Ibargüengoitia, con quien se mudó a la capital del país en 1968, donde su obra empezó a ser más difundida y, erróneamente se le colocó dentro del movimiento de La Ruptura.
“Como sabemos, el término ‘movimiento o generación de la Ruptura’ fue acuñado por la crítica de arte y, en su momento, directora de este recinto, Teresa del Conde (1938-2017) para poder abordar a una serie de artistas que estaban realizando prácticas artísticas que diferían con la Escuela Mexicana de Pintura y el muralismo. Sin embargo, también se ha utilizado este concepto para señalar de manera muy indistinta a todos los creadores que producen de 1955 a la fecha.
Por esa razón, se coloca a Joy Laville dentro de esa etiqueta, pero su formación y desarrollo son distintos. Abundó que la creadora irrumpe en la escena del arte mexicano de manera atípica, pues fue en Guanajuato donde inició su búsqueda y no en la capital, donde estaban los círculos artísticos e intelectuales. Tampoco tuvo una formación académica ni se consideró parte de este movimiento.
“Es necesario entenderla desde su contexto. Joy desarrolló su propuesta artística en completa libertad y su obra estuvo alejada de las tendencias que estaban en boga, es decir, no hace abstraccionismo, geometrismo, cinetismo o conceptualismo. Su obra muestra búsquedas sobre lo cotidiano, la experimentación del color y la espacialidad. Finalmente, lo que nos muestra son otras posibilidades artísticas que estuvieron presentes en México, con gran riqueza y valor como, por ejemplo, el movimiento abstracto”.
Ella trabajó acuarela, pintura pastel, gráfica. Su obra se caracteriza por la bidimensionalidad y el uso de planos; su paleta se compone de colores como los lilas, malvas, verdes y azules. Entre sus géneros están los paisajes (principalmente los marinos), el desnudo (sobre todo el femenino, así como representaciones alargadas de la figura humana con una sensualidad fuertemente expresada) y escenas domésticas con óleos de floreros, gatos y habitaciones.
Sin embargo, para Brenda Caro, lo que la convierte en una artista singular es que, a pesar de la bidimensionalidad, genera mucha profundidad en el espacio, y esto lo logra por su manejo de las figuras y las manchas de color.