El unipersonal El Coyul, de la compañía Pelo de gato, conduce al público a la infancia y al lugar de origen
- El montaje se presentará del 11 de mayo al 4 de junio, de jueves a domingo, en la Sala Xavier Villaurrutia del Centro Cultural del Bosque
El Coyul, una comunidad rural ubicada entre el Istmo y costa del estado de Oaxaca, marginada y sumergida en el olvido, será testigo de las historias de hombres y mujeres que, en una protesta por la vida, atizan el comal y trabajan la tierra.
La Secretaría de Cultura federal y el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (Inbal), a través de la Coordinación Nacional de Teatro y la compañía Pelo de gato “un ojo al teatro y otro al garabato”, presentan El Coyul, de Esmeralda Aragón, bajo la dirección de Gustavo Martínez y Esmeralda Aragón, además de su interpretación.
Ofrecerá temporada del 11 de mayo al 4 de junio, jueves y viernes a las 20:00 horas, sábados a las 19:00 y domingos 18:00 horas, en la Sala Xavier Villaurrutia del Centro Cultural del Bosque.
Se trata de una obra de teatro comunitario que relata las vivencias de su autora en su pueblo natal. La dramaturgia toca su historia, sus recorridos, usos y costumbres que dotan de identidad y cultura a su lugar de origen.
Esta pieza teatral es un constante amanecer en un pueblito chontal de Oaxaca, la puesta en escena se pinta de día, de noche, de fuego y añoranzas. Es una hamaca colgada, blanca como la Luna que aparece sonriendo en las noches estrelladas para recordarnos cómo levitan las paisanas entre un árbol de almendra y una palmera. También juegan en escena una silla blanca y una actriz coyuleña.
En entrevista, el director Gustavo Martínez compartió: “Nuestra propuesta es lograr que la actriz lleve al público a un viaje a su comunidad. Que puedan oler la comida, vivir un domingo de beisbol y misa en el pueblo, un miércoles de tianguis, sentir el calor; hacer que se hospeden en la comunidad durante una semana. Entre narraciones, risas y llanto, también es una protesta por la vida, la tierra y las comunidades”.
Bastan una hamaca blanca colgada en medio del escenario, una silla de madera y una actriz. Las risas se desbordan y las lágrimas se asoman al vaivén de la hamaca. El espectador hará un viaje a su infancia, a su origen, a su barrio y/o a la comunidad de donde viene, de donde nace la identidad.