La más reciente edición del diplomado de albures finos finalizó el 6 de junio en  la Galería José María Velasco

Boletín No. 754 - 07 de junio de 2017

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  • Se enseñaron albures que no fueran procaces, ofensivos ni misóginos
  • Se buscó romper con los roles de género establecidos por la sociedad

Buscar los tantos sentidos que residen en las palabras más allá de sus significados literales es uno de los objetivos del diplomado de albures finos, cuya más reciente edición, impartida por Lourdes Ruiz, Alfonso Hernández y Rusbel Navarro, finalizó el 6 de junio en la Galería José María Velasco.

En entrevista, Hernández remarcó la importancia de los albures como juegos de palabras que no deben ser procaces, ofensivos ni misóginos. Estas tres características, a decir del llamado cronista de Tepito, son las causas de que más mujeres asistan a las diferentes ediciones que se han realizado del diplomado.

El albur, en este contexto, es de suma relevancia en el tema –tan actual como importante– de la lucha contra la violencia de género, ya que, gracias a lo aprendido en el diplomado, las mujeres logran identificar quién es pícaro, misógino o busca hacer daño.

Además, subrayó la importancia del albur como un componente para derribar complejos sexuales, pues estos resultan contradictorios al juego mismo, así como un elemento significativo para romper con roles de género establecidos socialmente. A partir de estas confrontaciones verbales las mujeres se apropian de sus cuerpos y responden a las faltas de respeto.

Con las enseñanzas adquiridas, las personas que cursaron el diplomado se podrán quitar las máscaras insertas en la sociedad a partir de la reproducción de eufemismos en el lenguaje. Aunque los albures no hacen una enunciación explícita de las partes del cuerpo, buscan expresarlas a partir de figuras retóricas inteligentes, refirió Hernández.

Así, el albur “desconcierta a las personas que han extraviado la forma de expresarse porque se niegan a pensar libremente; prefieren la obediencia a la imaginación; temen el riesgoso vuelo del pensamiento, y no les interesa despertar su ingenio ni desencadenar la metáfora del erotismo. Al funcionar como acumulador del instinto sexual, el albur adquiere la potencia que transfigura lo sexual en erotismo transgresor”.

Entre los principales objetivos del diplomado se encuentra reivindicar la picardía mexicana, entendida como la capacidad de jugar con todo, hasta con las palabras. Hernández, sobre la picardía, afirma que es prima hermana de la alegría mexicana y que algunas de sus representaciones en el país son la décima jarocha, la bomba yucateca o la carrilla norteña.

Una de las dinámicas del diplomado es desmenuzar canciones de Chava Flores, “uno de los grandes cronistas musicales de la ciudad. Él no estudió letras, pero utilizó figuras retóricas que usan grandes literatos que conocen cómo emplearlas”.

Para poder pronunciar albures finos es necesario dominar el lenguaje y expresarlo a través de un vocabulario amplio. Por esa razón, en cada una de las sesiones del diplomado se incita a la lectura de grandes autores mexicanos que han empleado diversos recursos para exaltar la sexualidad, como Sor Juana Inés de la Cruz u Octavio Paz.

En los estudios que Hernández y Navarro han llevado a cabo para develar el origen del albur han encontrado que algunos de sus fundamentos se encuentran en la época prehispánica, en los cantos de cotilleo y en los de las mujeres de Chalco.

A partir de esa relación con la historia es que el albur se mantiene en constante evolución, gracias a personas que lo renuevan, como los alumnos que asisten al diplomado: desde comediantes que buscan nuevos elementos para sus espectáculos, pasando por estudiantes universitarios y amas de casa, hasta tanatólogos que buscan en la risa una manera distinta de acompañar a la muerte.

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