El Palacio de Bellas Artes alberga la obra de los grandes del muralismo mexicano
- El recinto de mármol posee la colección de 17 murales creados en un lapso de 35 años
- Rivera, Orozco y Siqueiros fueron los primeros en recibir la invitación para plasmar en los muros del recinto, que cumple 85 años, obras representativas de la Escuela Mexicana de Pintura
Obras de gran fuerza expresiva y valor artístico integran la colección de 17 murales del Palacio de Bellas Artes (PBA), realizados por siete creadores nacionales entre 1928 y 1963, la cual constituye uno de los principales atractivos del recinto cultural más importante del país, del que se conmemora su 85 aniversario.
Los visitantes que acuden diariamente al Palacio de Bellas Artes detienen su mirada en esta espléndida colección que decora los muros de los niveles segundo y tercero del recinto, para admirar con detenimiento los temas, personajes, formas, técnicas, colores y corriente artística que identifica a cada uno.
La orientación democrática del régimen posrevolucionario buscó la inclusión del arte muralista en el Palacio de Bellas Artes. Los primeros artistas en recibir la invitación para pintar los murales fueron Diego Rivera y José Clemente Orozco, quienes trabajaron de forma simultánea y cuyas obras realizadas en los muros oriente y poniente del tercer piso, respectivamente, fueron solicitadas expresamente para la inauguración del recinto.
A ellos siguió David Alfaro Siqueiros, quien plasmó un tríptico sobre las víctimas del fascismo y el surgimiento de un nuevo régimen, así como un díptico sobre la caída de Tenochtitlan y la reivindicación de Cuauhtémoc, el último gobernante mexica. La obra de estos tres artistas conforma la primera etapa en el arte muralístico del Palacio de Bellas Artes, con obras emblemáticas de la Escuela Mexicana de Pintura.
Diego Rivera creó El hombre en la encrucijada o El hombre controlador del universo (1934), uno de los murales más polémicos del pintor por su contenido histórico y político, que en la parte central plasma a un obrero de cabello rubio, sentado ante un panel de control que maneja las fuerzas de los mundos natural (con imágenes microscópicas de microbios) y mecánico (con una imagen telescópica del sistema solar), y divide el sistema socialista, con escuadrones antidisturbios y obreros en huelga, y el capitalista.
En 1933 Rivera había comenzado el antecedente de este mural para el Centro Rockefeller de Nueva York, el cual fue censurado y destruido debido a que había introducido un retrato del líder comunista Vladimir Lenin y una estrella roja con la hoz y el martillo. Un año después, fue comisionado por el presidente mexicano Abelardo L. Rodríguez para hacer una réplica de ese mural en el Palacio de Bellas Artes, al que agregó los retratos de Trotsky, Marx y Engels entre otros líderes políticos.
Del mismo artista se exhibe Revolución rusa o Tercera Internacional (1933), fresco sobre bastidor transportable, en el que representa a los rusos León Trotsky y Vladimir Lenin, líderes de la Revolución Bolchevique de 1917, acompañados del Ejército Rojo compuesto por obreros, campesinos y soldados, junto a un complejo industrial que anuncia los orígenes del comunismo. Esta obra, concebida originalmente para la Liga Comunista de América, se integró a la colección del Palacio de Bellas Artes en 1977.
Carnaval de la vida mexicana (1936) es otro mural del pintor guanajuatense, inspirado en el carnaval de Huejotzingo, Puebla, que consta de cuatro paneles: México folklórico y turístico, La dictadura, Danza de los Huichilobos, que alude a la conquista española y Agustín Lorenzo, personaje mítico que encabezó a los famosos bandidos de Río Frío y que acabó como dirigente de la lucha de campesinos contra las tropas francesas. Rivera hizo, por encargo de Alberto Pani, los cuatro bastidores transportables para decorar el comedor del hotel Reforma. Sin embargo, la visión satírica con que aborda los temas políticos e históricos, condujo a retirar el conjunto, el cual fue recuperado tiempo después para instalarse en el Palacio en 1963.
José Clemente Orozco realizó Katharsis (1934-1935), mural que confronta al espectador con una imagen de la destrucción mecánica y la decadencia moral. Su figura principal, una prostituta en tonos verdes, yace recostada a la izquierda del punto central del fresco, mientras que al fondo aparecen multitudes agitadas, líderes corruptos e implementos pertenecientes al trabajo industrializado y a la guerra. La lucha de clases se refleja en dos hombres, uno vestido con camisa blanca de ejecutivo burgués y el otro desnudo representando a la clase obrera oprimida.
Este mural fue ejecutado a solicitud de Antonio Castro Leal, director del Departamento de Bellas Artes de la Secretaría de Educación Pública. Orozco aceptó hacerlo en 40 días, ya que estaba próxima la inauguración del inmueble.
En 1944 se extendió la invitación a David Alfaro Siqueiros, quien un año después finalizó un tríptico con un panel central en el que se observa el desvanecimiento del sistema totalitario y el surgimiento de un nuevo régimen para conmemorar la victoria de los aliados sobre el Eje, y dos paneles laterales en los que el artista pintó Victimas de la guerra, a la izquierda y Victimas del fascismo, a la derecha. Posteriormente, el conjunto se tituló Nueva democracia.
En 1951, por encargo de Fernando Gamboa, subdirector general del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBAL), pintó un díptico dedicado a Cuauhtémoc: Tormento de Cuauhtémoc y Apoteosis de Cuauhtémoc, en los que resalta la lucha de los pueblos débiles en busca de independencia. Ambos integran una narración sobre la conquista de México; el primero capta el momento en que el gobernante mexica es torturado para revelar el lugar donde se oculta el supuesto tesoro que guardaba la gran Tenochtitlan.
Cuauhtémoc soporta estoicamente el suplicio en contraste con Tetlepanquetzal, señor de Tlacopan, que derrama lágrimas de dolor. También hace referencia a la Malinche, esclava entregada a Cortés como traductora y a la patria teñida de rojo con los brazos hacia arriba, junto a una niña mutilada que imita su postura.
El segundo recrea un suceso imaginario, en el que Cuauhtémoc porta una armadura metálica como la de los conquistadores españoles y encabeza una fila de figuras humanas. Con esta imagen, Siqueiros buscaba reivindicar al último gobernante mexica, que de ser el “Águila que cae”, se convierte en un símbolo de resistencia. Su referencia al líder indígena rememoraba un episodio heroico en el pasado de la nación.
Durante las siguientes décadas, Rufino Tamayo y Jorge González Camarena sumarían su obra a los muros del Palacio, junto con los frescos de Roberto Montenegro y Javier Rodríguez Lozano.
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