LITERATURA

Amigos y colegas se reunieron para celebrar siete décadas de vida de Gonzalo Celorio

Boletín No. 399 - 09 de abril de 2018
  • En el acto estuvieron presentes Juan Villoro, Eduardo Casar, Fernando Fernández, Malena Mijares y el escritor

La Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes fue la sede del encuentro que tuvieron amigos y colegas para festejar 70 años de vida y cuatro décadas de trayectoria profesional del escritor Gonzalo Celorio.

El recinto que lució repleto, entusiasmado y festivo el pasado domingo al mediodía, cobijó a los asistentes e invitó a los participantes a recordar anécdotas y memorias que vivieron junto con el protagonista de la noche.

El primero en tomar la palabra fue Eduardo Casar, quien agradeció al público llegar a un acto tan íntimo, como lo es la celebración de un cumpleaños. “Aquí están al menos tres alumnos de Gonzalo. Es lo peor que me ha pasado porque todos me lo presumen y yo lo asumo condescendientemente”, aseveró entre risas el narrador y poeta.

Y continuó: “No fui su alumno pero aprendí con él un poco más que Dante con Virgilio. Gonzalo y yo nos conocimos como colegas, ya de profesores. Saliendo de la nocturna fuimos a la entrega del Premio Xavier Villaurrutia, terminamos en el Bar León y tuve una revolución. Aprendí a reír en voz muy alta y como la jirafa del Bestiario de Arreola, entré al reino de las desproporciones, antes de Gonzalo yo no era hiperbólico, aunque vivía en el entonces Distrito Federal, no era celebratorio, más bien retraído. Antes de Gonzalo no gesticulaba con las manos ni decía mentiras tan enfáticamente, antes no fui salvaje, pero ahora he perdido fortunas por hacer un juego verbal que nos haga reír a ambos”.

Casar ofreció un agradecimiento entrañable al personaje que definió como el escritor que más admira. “Gracias Gonzalo por cambiarme la vida con la tuya. Qué no hubiera yo dado para que nos volviera a pasar lo que nos ha pasado”. Y concluyó: “Si Dios fuera buen lector, le encantaría releer las 70 brillantes páginas de tu vida”.

Enseguida tocó el turno del poeta, crítico y escritor Fernando Fernández, exalumno del festejado. “Conocí a Celorio a la mitad de la década de los ochenta en la Facultad de Filosofía y Letras, era el primer escritor que conocía en persona; un personaje agradable, articulado, admirador de Alejo Carpentier y Julio Cortázar”.

Pasaron los años, prosiguió Fernández, de cuando en cuando escuche decir a Gonzalo a algunos amigos de sus clases que yo era el mejor alumno que había tenido en sus aulas. Esto me hace sospechar que me he convertido en personaje nuevamente, esta vez de la novela de su vida, del capítulo universitario de su biografía, porque Celorio vive la vida como un fragmento desgajado de la realidad, con autonomía e independencia de ella. Qué mejor que tomar a un amigo de los hombros y ante la concurrencia presentarlo como parte de la trama narrativa.

“Veo a Gonzalo, el mismo amigo exigente, jaspeado de pruritos, ocasionalmente áspero y al mismo tiempo generoso, certero, divertido, gratísimo, y oigo de nuevo al narrador que hay en él, al que he oído al menos durante 30 años de escribir personajes, atmósferas, episodios, invariablemente con una sonrisa en sus labios, porque siempre hay una condición gozosa en su trabajo con las palabras, y en los míos, igualmente una sonrisa, la misma con la que he asistido con todo lo que tiene de privilegio y con mi enorme agradecimiento a la fiesta resplandeciente de su conversación”, finalizó.

Malena Mijares coincidió con los demás invitados y señaló que esta reunión, además de celebrar la vida de Celorio, también “está indisociablemente ligada a la aparición de su último libro De la carrera de la edad I: De ida que forma parte de este festejo de 70 años y que anuncia la llegada de otro libro”.

En la mesa existen tres ejes y un común denominador externo, comentó Mijares, por un lado el tema del magisterio que ha marcado una de sus grandes vocaciones, después la escritura que le ha dado sentido a su vida, y por último el ámbito académico; tres vocaciones o campos del ejercicio profesional de Gonzalo, todos ellos atravesados por la amistad, componente vertebral de la vida de Celorio.

El reconocido escritor, articulista, novelista, dramaturgo y traductor, Juan Villoro, fue el encargado de cerrar el encuentro. Desde un principio lamentó nunca haber sido un alumno formal de Celorio, sin embargo aseveró que nunca dejará de aprender de él. “Es muy emocionante estar aquí con todos” y prosiguió, “alguna vez Gonzalo dijo que ingresó a la UNAM pero que jamás había egresado; esto define a una persona que se considera permanentemente un alumno, y que a lo largo de su desarrollo académico también se ha convertido en un maestro excepcional”.

Y continúo, la leyenda de Celorio se fue agrandando en este magisterio que ejercía en la UNAM; decía García Márquez que hay escritores que esperan recibir todos los premios y que los lectores les favorezcan solo a ellos, y hay otros, tal vez más escasos pero más interesantes, que disfrutan mucho la presencia de otros escritores, Gonzalo pertenece a esta última estirpe, por eso no solo enseña a los clásicos de la lengua o a sus escritores favoritos, como pueden ser José Lezama Lima o Alejo Carpentier, sino también invita de tanto en tanto a sus contemporáneos, aspecto verdaderamente insólito y una muestra de su generosidad.

Es un escritor único en su medio, aseveró Villoro, si algo lo caracteriza es la voluntad de estilo, le interesa preservar y renovar la lengua, tenemos una lengua singular, con un sin número de hallazgos literarios, es un custodio de ciertos valores de la lengua, siempre amenazada y en riesgo de perderse.

“Celorio hace tiempo que se propuso renovar el idioma, recuperar ciertos giros que no todo el mundo usa pero que están como una especie de archivo que se utilizan como botiquín de primeros auxilios, palabras que de repente se usan por alguna circunstancia. Estamos ante un custodio de la lengua que entiende que todas las palabras pueden tener la misma vigencia y que les puede insuflar nueva vida.

“He acudido ante Gonzalo para que aclare ciertas vacilaciones que tengo al utilizar, como él, un tribunal de la lengua, el mejor diccionario de autoridad es lo que él puede decir. Me interesa cómo utiliza la lengua de forma novedosa, no faltan los giros coloquiales en su literatura, no falta la espontaneidad, logra de forma sorprendente darle naturalidad a ciertas voces perdidas, amenazadas; él consigue un rescate sutil de un patrimonio intangible, que hizo para nosotros con la misma fortuna Alfonso Reyes, me parece; pensaría que el estilo de Gonzalo Celorio tiene esta entidad y rango de importancia”, concluyó.

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